El
jurado del I Concurso Literario Festival de Guitarra de Zaragoza 2018 comunica
que el relato ganador ha sido El chico del parque, de la autora Elena Almeida
Vela.
El
jurado valora positivamente la respuesta recibida a la convocatoria, tanto por
el número de relatos recibidos (48 trabajos desde diferentes puntos de España,
Chile y Argentina), como por su calidad.
De igual
manera, felicita a los autores por el esfuerzo que han hecho para aunar la
ficción y el mundo de la guitarra. En este sentido, los autores han mostrado
predilección por figuras fundamentales de la historia de la guitarra española,
como pueden ser Francisco Tárrega, Paco de Lucía, Antonio de Torres o Joaquín
Rodrigo, personalidades que aparecen en varios relatos, bien en persona, bien a
través de sus obras. También la guitarra eléctrica y algunos de sus intérpretes
más famosos (Clapton, Cobain, Page…) han sido protagonistas de varios relatos.
Con respecto a los temas
predominantes, podemos destacar la abundancia de homenajes al instrumento que
nos ocupa, la presencia de lo fantástico y lo misterioso y, sobre todo, la conexión sentimental del instrumento con los
recuerdos.
Precisamente,
el relato ganador de esta edición, se adentra en la exploración de los
recuerdos personales y su relación con la guitarra, instrumento que es capaz de
resonar en nuestro interior a pesar del paso de los años, transportándonos a otros
momentos y lugares. La autora consigue este peculiar efecto creando una
historia bella y emotiva, con la que muchas personas, aficionadas o no, podrán conectar
con facilidad.
El jurado felicita a la ganadora y a
todos los participantes. Les agradece su esfuerzo y les emplaza a seguir
leyendo y escribiendo, a seguir escuchando música, en definitiva, a seguir
teniendo la ilusión de la palabra.
A continuación añadimos el relato:
EL
CHICO DEL PARQUE
La
primera vez que lo encontré fue de casualidad; era una calurosa tarde de
viernes del mes de junio, tenía clase de inglés y llegaba tarde, pensé en
atajar por una calle y como no conocía demasiado bien esa zona del centro de
Madrid, acabé en un pequeño parque que no había visto nunca y que no parecía
estar precisamente cerca de mi academia.
Estaba
tan enfadada por haberme perdido que tardé en oír los acordes. Antes de
girarme, reconocí las notas melancólicas del blues. Los recuerdos de aquel
verano que pasé con mi abuelo al morir mamá, irrumpieron con fuerza. Aunque
habían pasado casi veinte años, la imagen seguía intacta. Cada noche, mientras
me creía dormida, él salía al patio de la casa que tenía en el campo, cogía su
guitarra española, de la que siempre me contaba orgulloso que tenía siete
cuerdas en vez de seis, y sentado en su mecedora, tocaba melodías de blues
intentando calmar la pena que le producía la pérdida de su hija. Y esas mismas
notas tan tristes pero tan emocionantes, eran las que cada noche, me levantaban
de la cama, hechizada por su forma de tocar y me llevaban hasta la ventana de
mi habitación para escucharlo una y otra vez hasta que me vencía el sueño.
Sobrecogida por la intensidad de esos
recuerdos, me giré hacía el sonido que me había vuelto a hipnotizar. En el
suelo, encima de lo que parecían unas mantas, había un chico sentado y volcado
prácticamente sobre su guitarra. Estaba muy delgado y por la longitud de sus
piernas, debía de ser muy alto. Aunque su pelo largo cubría parte de su rostro,
pude apreciar que no tendría más de veinticinco años; y eso fue lo que más me
sorprendió al girarme, su edad; esperaba encontrarme con alguien mucho mayor,
alguien con una larga historia a sus espaldas, alguien que tuviera un motivo
para tocar melodías tan llenas de nostalgia.
Estaba
tan concentrado que mis pisadas lo asustaron y dejó de tocar de inmediato. Le
pedí que continuara y me senté a escucharlo en un banco cercano. Sus dedos eran
largos y rozaban con tanta sensibilidad las cuerdas de la guitarra, que parecía
estar acariciando el cuerpo de una mujer; verlo y oírlo tocar así conseguían
transportarme a mi niñez con solo cerrar los ojos. En ese momento me daban
igual las clases, solo quería estar en ese lugar escuchando esa melodía de una
guitarra casi idéntica a la de mi abuelo en manos de un extraño.
Durante
todo ese verano, cambié las clases de inglés de los viernes por sentarme en ese
banco a escucharlo. Nunca hablamos, ni siquiera llegué a ver sus ojos, sin
embargo, entre su pelo se adivinaba cómo se iluminaba su mirada cuando me
sentía llegar. Nunca tocaba otra cosa que no fuera blues ni tampoco yo se lo
pedí. Era como si los dos supiéramos que si cambiaba algo, se rompería la magia
del momento y, con ella, la de mis recuerdos.
Un viernes de primeros de septiembre acudí
como siempre a nuestra cita pero cuando llegué a ese parque que había sido
testigo de nuestros encuentros mudos, él no estaba. Me embargó una tristeza
difícil de explicar. Durante diferentes días de la semana siguiente volví al
mismo lugar por si aparecía, pero nunca lo hizo. Incluso llegué a preguntar a
varias personas que vivían por la zona, pero nadie conocía siquiera su
existencia.
Semanas después, cuando ya había perdido
toda la esperanza de volver a saber de él, un mensajero me trajo un paquete,
era muy grande y al tacto supe lo que me iba a encontrar. Rasgué ansiosa el
papel e hizo su aparición la guitarra que tanto había significado para mí ese
verano. La toqué y comprobé maravillada que tenía siete cuerdas. Y allí, en la
cocina de mi casa, movida por un presentimiento y con los ojos empañados por
las lágrimas que caían sin control sobre la guitarra, la giré y en la parte
inferior de su lateral derecho, encontré grabado en letra muy pequeña el nombre
de Elsa. Elsa era el nombre que mi abuelo había elegido para su guitarra, Elsa
era el nombre de su hija, y Elsa también era mi nombre.
Con la emoción, no había visto que el
paquete también contenía una foto en blanco y negro. Enseguida reconocí el
patio de la casa de mi abuelo, en él posábamos sonrientes nosotros dos y un
niño larguirucho y tímido que vivía en la casa de al lado y solía venir a
escucharlo tocar. Le di la vuelta a la foto, aparecía firmada por el chico del parque.
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